Es un buen momento para refleccionar acerca de la educación. ¿Te diste cuenta del error en la frase anterior? ¿Acabas de volver al principio para notarlo? Seguramente sí. Y es que así funciona: siempre estamos listos para estigmatizar el error. La educación que recibimos persigue y castiga las respuestas incorrectas. Los métodos de evaluación y el culto a las calificaciones configuran nuestro temor a equivocarnos y perpetúan, en la mayoría de las culturas laborales, el enfoque en la productividad. El temor es el gran adversario de la creatividad.
Sir Ken Robinson
Estos fundamentos fueron la base del discurso de Sir Ken Robinson (1950-2020). Desde su tribuna, además de regalarnos reflexiones poderosas, se las arregló para sacarnos carcajadas con su particular sentido del humor. En la charla TED más vista de la historia: ¿Matan las escuelas la creatividad?, Robinson cuenta la historia de una niña que, mientras dibujaba, dijo que estaba haciendo un retrato de Dios. La maestra respondió que nadie sabía cómo era Dios, a lo que la niña dijo: “En unos minutos lo van a saber”.
En ese tenor, Robinson señaló la dirección equivocada hacia la que aún apunta el sistema académico convencional. “Los niños tienen un potencial extraordinario que estamos desperdiciando”. ¿Por qué? Porque no tienen miedo a equivocarse.
En su libro El Elemento, traducido a más de 23 idiomas, Robinson profundizó en ese concepto vital que está en la intersección del talento y la pasión. Aquella actividad que se puede hacer con pericia y que se gesta desde el más genuino interés. La existencia de este santo grial implica una búsqueda ardua, pero también es la clave de la felicidad.
El propio elemento de Robinson giró en torno a la inclusión de disciplinas como la música, el teatro y la danza en la estructura escolar básica. Sus propuestas llamaron la atención del gobierno británico y le fue encomendado el informe "Todos nuestros futuros: creatividad, cultura y educación", también llamado “Informe Robinson”. Esta investigación lo llevó a asesorar a Irlanda del Norte en su proceso de paz y a las autoridades de Singapur para ser un foco creativo en el sudeste asiático. La relevancia de su aporte fue reconocida con un título nobiliario otorgado por la Reina Isabel II en el año 2003.
En otra de sus ultrapopulares charlas TED: How to escape education’s death valley, Robinson destaca lo distintos que somos como individuos. Sí necesitamos una suerte de estandarización para descubrir nuestros talentos e intereses, pero el rango de exploración que utiliza nuestra educación formal es muy limitado. Las ciencias y las humanidades no abarcan el amplio panorama donde podría estar esa variable clave de nuestro elemento. En esa exploración, estimular la creatividad debería ser igual de importante que una clase en el laboratorio de biología. El desarrollo físico debería tener el mismo peso académico que la inteligencia matemática. El baile debería ser tan relevante como la tabla periódica.
Lo que se eligió para que formara parte del sílabo parece arbitrario, pero no lo es. El sistema, diseñado después de la revolución industrial, respondía a las necesidades del mercado laboral de ese entonces. Robinson advirtió que estamos educando a los niños bajo parámetros caducos, que les darán muy pocas herramientas para enfrentar el futuro.
El concepto de prosperidad está siendo sustituido por el de bienestar. Cada vez entendemos más que no se trata de explotar los recursos para tener más cosas, sino de cubrir las necesidades de todos mientras mantenemos la armonía del planeta. Sir Ken Robinson nos dejó su legado en forma de certeza: este mundo necesita nuevas maneras de aprender. Y estas nuevas maneras podrían empezar con dos preguntas: ¿Cuánto de lo que somos es producto de la educación que recibimos? ¿Qué tan distinta hubiera sido nuestra historia –la personal y la de la especie– con otras alternativas a disposición? Valen todo tipo de respuestas, sobre todo las equivocadas.
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